Muchas de las enfermedades crónicas no transmisibles que han aflorado y continúan incrementando su incidencia en la sociedad desarrollada tienen base inmunoinflamatoria y se asocian a disbiosis de la microbiota intestinal. Son patologías con defectos en la instrucción y maduración del sistema inmunitario que se manifiestan clínicamente como inflamación idiopática (enfermedad de Crohn, asma y otras atopias), autoinmunidad (diabetes tipo 1, esclerosis múltiple) o pérdida de la homeostasis metabólica (hígado graso, diabetes tipo 2). El hecho es que se detecta falta de diversidad microbiana y de riqueza genética en la microbiota fecal de estos pacientes. Cada vez hay más datos que sugieren que el uso de antibióticos está jugando un papel causal en la etiopatogenia de esas patologías(1).
Está claramente demostrado que durante el consumo de antibióticos hay pérdida de riqueza y diversidad en la microbiota intestinal, a la vez que sobrecrecimiento de especies resistentes que distorsionan el ecosistema. La recuperación de la armonía microbiana previa no está garantizada, especialmente en edades tempranas de la vida, porque se ha visto que el uso de antibióticos retrasa la maduración del ecosistema microbiano intestinal humano, que tarda más tiempo en alcanzar estabilidad en su composición(2,3). También está demostrado que el uso de antibióticos favorece la dispersión horizontal de genes bacterianos de resistencia a los antibióticos(3), de modo que se generan ecosistemas más pobres y dominados por gérmenes multirresistentes.
En este contexto está emergiendo un nuevo concepto muy relevante desde un punto de vista clínico: el uso de probióticos asociado al tratamiento con antibióticos no solo previene la diarrea, sino que, sobre todo, puede mitigar la disbiosis y favorecer la pronta recuperación del ecosistema(4). Datos experimentales y clínicos han demostrado que la disbiosis inducida por antibióticos es menos intensa cuando se administra simultáneamente Saccharomyces boulardii CNCM I-745. Hay menos sobrecrecimiento de especies resistentes oportunistas por efecto directo del Saccharomyces boulardii, que compite con ellas. En consecuencia, habrá menos trasvase de genes de resistencia porque la proliferación de especies resistentes está reprimida. Por último, se ha comprobado que la recuperación del equilibrio previo es más rápida(4). Sin embargo, en experimentos con otros probióticos que se administraban al final y después del tratamiento con antibióticos no se consiguió ninguno de estos efectos(5). Por tanto, es importante destacar que para prevenir la disbiosis, la administración de probióticos y antibióticos debe ser conjunta durante todos los días de tratamiento con antibióticos.
Desde un punto de vista teórico, es evidente que no todos los probióticos van a ser eficaces para prevenir la disbiosis, aun cuando sean útiles en la prevención de la diarrea asociada al uso de antibióticos. Los probióticos de naturaleza bacteriana son sensibles a los antibióticos(6), y su efecto puede estar minimizado por sensibilidad al antibiótico con el que se asocian. Esta es una ventaja clara del Saccharomyces boulardii, que al ser una levadura, tiene resistencia intrínseca y no transmisible a los fármacos antibacterianos(6). Para prevenir la disbiosis es necesario que el probiótico contrarreste y evite el sobrecrecimiento de especies resistentes y oportunistas. En todo caso, es conveniente e importante que se investigue la prevención de la disbiosis inducida por antibióticos como objetivo principal de los ensayos clínicos. Los antibióticos son, y probablemente seguirán siendo durante muchos años, elementos indispensables en la terapéutica médica.